Antropología en el acompañamiento

«Autora: Albertina Ortega Palma»

Maestra Albertina (Tina) Ortega Palma.

Coordinadora del laboratorio de Osteología y de la especialidad en Antropología Forense de la ENAH

Acompañante Solidaria

A partir de lo que soy, antropóloga, comparto el sentido de mi quehacer y lo que ha significado para mi conocer a las personas que han sufrido la desaparición de un ser querido. Antes de continuar, puntualizo que en este corto tiempo me ha quedado claro que las personas no desaparecen, no se esfuman… las desaparecen, y su recuerdo se transforma en esperanza, deseos, sueños e ilusiones, es la luz que alumbra el peregrinar de su búsqueda.

La búsqueda, localización e identificación humana y con ello, la entrega digna de una persona fallecida a sus familiares y a sus seres queridos son el propósito fundamental del trabajo de un antropólogo forense. El antropólogo contribuye en la identificación del ser querido cuando este ha permutado y no es posible verlo más como antes fue. Generalmente, en el cuerpo ya transformado, sin forma clara, ante la mirada inquisitiva del forense surgen las evidencias de quién es la persona, y en ocasiones, el ultraje por el que pasó; las huellas de los delitos se materializan. A esto se suma a la tristeza, pero también a la ilusión, el amor y la remembranza de la familia que por fin lo ha encontrado.

En la labor científica no se está solo, aislado en un anfiteatro, en el trabajo cotidiano de un laboratorio; para lograr que las personas regresen con sus seres queridos hay detrás recuerdos, anécdotas y fragmentos de historias, vidas que evocan las experiencias a través de las emociones y sentimientos: sonrisas, lágrimas, sobre todo muchas lágrimas, desesperación y desolación. Emociones, sentimientos y sensaciones con las que el antropólogo debe interactuar y saber sobrellevar.

El forense es quien devuelve la identidad, da información sobre el paradero del ser querido, esclarece qué fue lo que le sucedió; esto provoca una relación de confianza con el familiar, pero a su vez le concede una gran responsabilidad, que se vuelve dolorosa y complicada cuando lo que retorna al familiar es un cuerpo sin vida, el resto óseo o sólo un rastro físico.

Pareciera una tarea común, sencilla y cotidiana, pero no es así; el acercamiento con la familia de los desaparecidos remueve fibras sensibles, en mi caso, saber de sus penas, conocer su situación me provoca angustia, indignación y desesperación. Al convivir y dialogar con los familiares y amigos de la persona que ya no está, he aprendido que, desenterrando esperanzas se entierran los miedos, la frustración y el enojo, se hace uno de motivos para continuar en una acción dirigida a aliviar, aunque sea un poco, el sufrimiento y proteger la dignidad.

El caminar con una madre, un padre, hermana, hermano que me ha brindado su confianza, me han hecho saber que el amor se puede ver, tocar y transformar en cada paso que los sostiene y les hace avanzar. Que las personas no desaparecen, se transforman en amor, y cuando estos se encuentran, el amor se convierte en paz. En la medida de mis capacidades les agradezco me compartan de su amor y contribuir en el encuentro de esa paz. ¡Gracias!

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